"Next time I'll paint pictures / La próxima vez pintaré cuadros
Like a real Van Gogh / como un verdadero Van Gogh
Wear little black hats / usaré pequeños sombreros negros
Hang my cigarettes so low / sostendré mis cigarrillos tan bajos
Sit in French cafes / me sentaré en cafés franceses
Drinking French Pernod / bebiendo Pernod francés
Next time gigolo / la próxima vez, seré gigoló
Next time we go / próxima vez, aquí vamos..."
Boy George, Next time
Wear little black hats / usaré pequeños sombreros negros
Hang my cigarettes so low / sostendré mis cigarrillos tan bajos
Sit in French cafes / me sentaré en cafés franceses
Drinking French Pernod / bebiendo Pernod francés
Next time gigolo / la próxima vez, seré gigoló
Next time we go / próxima vez, aquí vamos..."
Boy George, Next time
Nunca había reflexionado acerca de cómo adquiere uno la imagen a priori de un lugar; por ejemplo, París.
Si bien he encontrado referencias a la asociación de cigüeñas y bebés en países de habla inglesa, la referencia a que los traen desde París es más clara en países de habla hispana y, doy fe, totalmente difundida en Argentina.
Ni hablar en Buenos Aires, la pequeña París latinoamericana, rediseñada urbanísticamente ad hoc a fines del siglo XIX; su aire se respira en Avenida de Mayo y sectores de La Recoleta. No asombra que ese sea el destino de la protagonista de la popular canción infantil "Manuelita" (devenida película de animación en 1999).
En mi caso particular, mi primer contacto con lo francés fue a través de una revista de prospectiva del Ministerio de Planificación de la Provincia de Buenos Aires (no pregunten) a fines de los setentas. Los trenes locales de alta velocidad eran para mí de lo más futurístico que pudiera concebir en ese momento.
Dando un salto a 1983, fue caminando recientemente por París (pasando frente al Olimpia) que me dí cuenta cuánto había influido en mi idea previa de la ciudad el relato de los exiliados y viajeros que retornaban (Susana Rinaldi, Mercedes Sosa, Pino Solanas -una película completa al respecto-, Cortazar).
Naturalmente al entrar en la Universidad, inspirándose la carrera de Historia en el modelo francés (y la escuela de Annales y muchas destacadas corrientes e historiadores) y más recientemente los relatos de un amigo que se doctoró en la Sorbona, todo esto se unió para crear en mí una imagen idealizada que, por suerte, no llegó a convertirse en un Síndrome de París.
Quiero dar un opinión general (muy superficial, obviamente) de la idiosincrasia parisina y luego destacar lo que más me gustó a mí.
Creo que a los parisinos les interesa poco la opinión del resto del mundo o las tendencias foráneas. Fuman mucho (tabaco, electrónico y otros) y las dietas bajas en carbohidratos y grasas (ni hablar de lácteos, cientos de quesos) les resultan indiferentes.
Privarse del alcohol (vino y sucedáneos), no digamos disparates. Las cadenas de cines o librerías... existen, pero también perviven las tradicionales pequeñas salas con programa estilo cinemateca, los negocios de alquiler de películas de autor y ni hablar de las librerías independientes tradicionales.
Me gustaron los puestos de diarios, las muy coloridas y pobladas florerías y la profusión de pattiseries y boulageries (Macron hacía campaña para que la baguette fuera declarada patrimonio por la UNESCO). Me gustó también la relación con el mundo latino (estaba en cartel El Presidente de Darín y un par de obras de teatro de autores argentinos). El subterráneo es excelente, en extensión y frecuencia. Sobre todo, me encantó la disposición de las sillas y mesas en los bares orientadas hacia la calle (muy flanner / flâneur). Mirando la vida.
Si bien he encontrado referencias a la asociación de cigüeñas y bebés en países de habla inglesa, la referencia a que los traen desde París es más clara en países de habla hispana y, doy fe, totalmente difundida en Argentina.
Ni hablar en Buenos Aires, la pequeña París latinoamericana, rediseñada urbanísticamente ad hoc a fines del siglo XIX; su aire se respira en Avenida de Mayo y sectores de La Recoleta. No asombra que ese sea el destino de la protagonista de la popular canción infantil "Manuelita" (devenida película de animación en 1999).
En mi caso particular, mi primer contacto con lo francés fue a través de una revista de prospectiva del Ministerio de Planificación de la Provincia de Buenos Aires (no pregunten) a fines de los setentas. Los trenes locales de alta velocidad eran para mí de lo más futurístico que pudiera concebir en ese momento.
Dando un salto a 1983, fue caminando recientemente por París (pasando frente al Olimpia) que me dí cuenta cuánto había influido en mi idea previa de la ciudad el relato de los exiliados y viajeros que retornaban (Susana Rinaldi, Mercedes Sosa, Pino Solanas -una película completa al respecto-, Cortazar).
Naturalmente al entrar en la Universidad, inspirándose la carrera de Historia en el modelo francés (y la escuela de Annales y muchas destacadas corrientes e historiadores) y más recientemente los relatos de un amigo que se doctoró en la Sorbona, todo esto se unió para crear en mí una imagen idealizada que, por suerte, no llegó a convertirse en un Síndrome de París.
Quiero dar un opinión general (muy superficial, obviamente) de la idiosincrasia parisina y luego destacar lo que más me gustó a mí.
Creo que a los parisinos les interesa poco la opinión del resto del mundo o las tendencias foráneas. Fuman mucho (tabaco, electrónico y otros) y las dietas bajas en carbohidratos y grasas (ni hablar de lácteos, cientos de quesos) les resultan indiferentes.
Privarse del alcohol (vino y sucedáneos), no digamos disparates. Las cadenas de cines o librerías... existen, pero también perviven las tradicionales pequeñas salas con programa estilo cinemateca, los negocios de alquiler de películas de autor y ni hablar de las librerías independientes tradicionales.
Me gustaron los puestos de diarios, las muy coloridas y pobladas florerías y la profusión de pattiseries y boulageries (Macron hacía campaña para que la baguette fuera declarada patrimonio por la UNESCO). Me gustó también la relación con el mundo latino (estaba en cartel El Presidente de Darín y un par de obras de teatro de autores argentinos). El subterráneo es excelente, en extensión y frecuencia. Sobre todo, me encantó la disposición de las sillas y mesas en los bares orientadas hacia la calle (muy flanner / flâneur). Mirando la vida.
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