En Los Ángeles nos alojamos en un hotel sobre Hollywood Boulevard, pero a muchas cuadras del Paseo de la Fama. Comenzamos a caminar y en la primera intersección miré hacia la derecha y ví a lo lejos el Cartel de Hollywood. Como si eso no fuera suficiente para darme cuenta que no estaba en un lugar común, en la vereda de enfrente se veía un gigantesco graffiti con la imagen de un juvenil Tony Courtis. Era como estar en una realidad paralela donde mi hobby de cine y TV fuera el centro de la vida; hacia la izquierda, el edificio de CBS-Viacom y en gigantografías la publicidad de series del estilo de las cuales sus premieres habitualmente sólo yo tengo presente: Pickard y Avenue 5. Como sorpresa, una especie de museo de Funko Pop.
A medida que oscurecía (la zona es bastante sórdida) nos acercábamos al Walk of Fame. Teníamos idea de buscar un par de estrellas específicas que le interesaban a mi esposa, pero tengo que confesar que viendo los nombres de las estrellas de la época dorada del cine me emocioné mucho más de lo que hubiera imaginado. También vimos la impresión de las manos y pies de muchos de ellos en el Teatro Chino y que la entrada al Dolby Theatre se encontraba bloqueada porque preparaban algún evento futuro.
Al día siguiente comenzamos nuestra escalada hacia el Observatorio Griffith. escenario de filmación de cuanto menos ocho películas memorables. Tenía puesta una remera con la imagen del Sr. Spock, así que fue una sorpresa enterarme de la existencia del Auditorio Leonard Nimoy.
Durante otra jornada descendimos en Union Station y comenzamos a caminar (la ciudad tiene 1200 km cuadrados así que cualquier opinión que dé es muy parcial). La impresión fue una impronta mexicana gigantesca. Recorrimos El Pueblo de los Angeles y Avila Adobe. Más tarde el downtown, que cuenta con impresionantes edificios, entre los que se destaca el Walt Disney Concert Hall.